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lunedì 20 ottobre 2014
Un altro pomeriggio a Kuquine. di Ciro Bianchi Ross
Pubblicato su Juventud Rebelde del 19/10/14
Otra tarde en Kuquine
Cuenta además que a la muerte, en 1956, del brigadier general Rafael
Salas Cañizares, jefe de la Policía Nacional, Batista llamó a Palacio
a Hernando Hernández que, recién ascendido a Brigadier General,
acababa de asumir la jefatura del cuerpo policial, y le pidió que
averiguara cuánto percibía Salas Cañizares por concepto del juego
prohibido en La Habana. La investigación arrojó una suma fabulosa: más
de 700 000 pesos mensuales. Batista ordenó entonces a Hernando
Hernández a que se ocupara de la recaudación de ese dinero y lo
llevara a Palacio a fin de que su esposa lo destinara a “obras de
caridad”.
A ese hecho también alude el padre de “Silito” en una carta que envía
a Batista, el 24 de agosto de 1960. Batista pasa su exilio en Funchal,
en las Islas Madeiras, y el teniente general Francisco Tabernilla
Dolz, jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas de la
dictadura, radica en Riviera Beach, en la Florida. Dice el “Viejo
Pancho”, como le llamaban, en su carta a Batista: “Usted permitió el
auge del juego prohibido en toda la República, llegando las fabulosas
recaudaciones a penetrar por la puerta principal del mismo Palacio
Presidencial...”
Claro que es una acusación tardía, con arrepentimiento y lágrimas de
cocodrilo incluidas. Motiva la carta el libro que Batista acababa de
publicar. Se titula Respuesta y quiere con él justificar lo
injustificable; salvar su responsabilidad en el derrumbe de su
Gobierno y culpar del desastre a los Tabernilla, a los que acusa de
traidores.
Responde Tabernilla: “El traidor más grande que han tenido Cuba y las
Fuerzas Armadas es usted, señor Batista, por vuestra pésima actuación
y miopía en el problema de Cuba... En cuanto a su falta de valor, nadie
lo discute, todo el mundo está de acuerdo, pues su inconsulta y
precipitada fuga así lo demuestra sin lugar a dudas”.
Tabernilla increpa con dureza a su antiguo jefe, al que acompañaba
desde el golpe de Estado del 4 de septiembre de 1933, cuando fue de
los muy contados oficiales --era entonces teniente-- que se sumó a la
rebelión de los sargentos. Escribe: “Las mentiras, calumnias y
falsedades con las que usted trata de valerse en el libro Respuesta
para exculparse, créame, don Fulgencio, que no le hacen ningún favor.
A su turno, los Tabernilla también tratarían de exculparse y pagarían
a José Suárez Núñez, batistiano hasta la víspera, un libro contra
Batista, El gran culpable.
Dice que fue el apoyo de los Tabernilla lo que permitió a Batista
mantenerse en el poder pues “sin ellos no hubiera llegado a un año en
el Gobierno”. Aun así, se considera una víctima del astuto mandatario.
Se cubre el viejo militar con piel de oveja y escribe:
“La admiración, lealtad y sincera amistad que le profesaba, nublaron
mi entendimiento, no pudiendo darme cuenta a tiempo de su egoísmo,
ruindad y maldad. Usted me utilizó a mí de mampara para cubrir sus
múltiples fechorías...”.
“La única acusación que me hago yo, es la debilidad mía por no haberle
mantenido con carácter irrevocable la renuncia que le presenté... el
mismo día que los insurgentes atacaron el cuartel Goicuría, en la
provincia de Matanzas... Ese fue mi gran error, el no haberme retirado
en aquella ocasión, pero me retuvo la idea de lo que podían pensar mis
compañeros, que abandonaba la nave por temor a los futuros
acontecimientos que ya se vislumbraban. Por eso seguí al lado de
usted, pero le di la oportunidad de mancharme de lodo y de destruir mi
honor como militar, pero Dios Todopoderoso sabrá castigar a los que
así proceden”.
Un reproche más explota al final de la misiva, el del dinero. Batista
sacó el suyo o al menos una gran parte. Tabernilla, sorprendido por el
derrumbe de la dictadura y la fuga precipitada, no pudo hacer lo
mismo. Escribe al respecto:
“Me permito aclararle... que el dinero que los castristas me robaron en
los bancos de Cuba no fue el producto de ninguna clase de negocios,
concesiones, subastas del Gobierno, etc. Ese dinero lo acumulé con los
haberes que por orden suya me pagaron, correspondientes a los años que
estuve fuera o mejor dicho retirado del Ejército, por disposición del
Dr. Grau San Martín, y las migajas con que usted me obsequiaba, pues
la modesta casa que tenía la fabriqué en el año 1950”.
Esos votos de pobreza en un hombre como Tabernilla son discutibles. Su
hijo Carlos era el jefe de la Fuerza Aérea y la voz popular aseguraba
que acometían un negocio tremendo de contrabando --cigarrillos,
licores, efectos eléctricos, etc.-- desde Estados Unidos. Cuando el
teniente coronel Ángel Sánchez Mosquera --el más valiente, asesino y
ladrón de todos los jefes militares que tenía Batista, al decir de Che
Guevara-- fue herido en la cabeza durante la segunda batalla de Santo
Domingo, no había un helicóptero para sacarlo de la Sierra Maestra.
Medios aéreos de carga y transporte del Ejército estaban en función de
los negocios turbios de los jefes.
Dice Tabernilla: “No deseo preguntarle a usted a cuánto asciende su
fabulosa fortuna ni cómo la adquirió ni dónde la tiene depositada.
Esos son secretos de Estado. Ahora bien, don Fulgencio, usted sí fue
listo al poner sus quilitos en lugar seguro”.
El indio
Esas y otras reflexiones acuden a la mente del escribidor mientras
recorre de nuevo la casa de vivienda de Kuquine, el predio campestre
de Batista en las afueras de La Habana. Alguien que prefiere mantener
su anonimato contó a quien esto escribe sus visitas a la finca cuando
la ocupaba aún la familia del mandatario. Cerca de la puerta de
entrada de la casa había un cuarto refrigerado donde Martha Fernández,
la esposa de Batista, guardaba sus abrigos de piel, y, en el área de
la cocina, una despensa que daba cabida, se decía, a una provisión de
alimentos para un año. Además de la piscina, había un cuadrilátero de
boxeo y tres o cuatro perros de caza y, entre otros cuadrúpedos, un
caballo blanco que era el preferido del dictador. Dos automóviles
antiguos se conservaban en el feudo: uno marca Ford, modelo T, quizá
el mismo que tenía Batista en sus días de sargento, y el Chrysler
dorado de Roberto, el hermano de Martha, que también vivía en la
finca, en una casa situada a un kilómetro de la casa principal y que,
aunque más pequeña, a mi interlocutor le pareció siempre más lujosa
que la de su cuñado. La biblioteca ocupaba dos salas de la planta
baja, divididas por un patio, y se accedía a esta desde el portal. Los
dormitorios estaban en la planta alta y todos estaban identificados
con una inscripción donde se leía el nombre de su ocupante. El
mayordomo era negro. Esta fue solo una de sus residencias privadas. Se
suman la de la playa de Varadero, la de Topes de Collantes y la de
Isla de Pinos.
Batista fue un político extraordinariamente hábil, con la astucia del
animal fuerte. Un maestro en el arte de fingir. Con tal de lograr sus
objetivos, podía mover, sin escrúpulo, cualquier recurso, hasta la
represión ilimitada. Su mandato, no hay que olvidarlo, costó al país
miles de muertos.
En la página de la semana anterior, dedicada también a Kuquine, referí
el hallazgo ya en 1959, en un cuarto de deshago de la casa y
disimuladas por una montaña de libros viejos y empolvados, de cinco
cajas de madera.. Contenían unas 800 alhajas valoradas en unos dos
millones de dólares. Entre estas había una sortija de oro puro con la
efigie de un indio. Adornaban la cabeza de la figura piedras preciosas
con los colores de la bandera que Batista instauró en las Fuerzas
Armadas tras el golpe de Estado del 4 de septiembre 1933.
Gustaba Batista de hacer creer que disfrutaba de la protección de un
indio. Cuando era candidato presidencial por el Partido de Acción
Unitaria (PAU) alguien, en Kuquine, le tomó una fotografía que tiene
como fondo una enredadera. Una noche llamó a su secretario, Raúl
Acosta Rubio, y le dijo: “¿No ves un indio en el fondo? Está bien
clarito y definido”. Respondió Acosta que sí; era evidente que las
ramas configuraban la cabeza, pero de un indio piel roja. Batista,
dispuesto a aprovecharse de esa situación, preguntó enseguida: “¿Qué
te parece mandar a imprimir unos cuantos millares de la foto, para que
la gente que cree en eso, y aquí son miles, vea que tengo la
protección de un cacique? ¡Sería una buena propaganda!’.
Concluía Acosta Rubio en su libro Todos culpables que, como era
lógico, se mandó a reproducir por millares la fotografía en cuestión.
En la intimidad, Batista hacía burlas de aquello, pero cuando alguien
le hablaba del asunto, asomaba a su rostro una sonrisa enigmática con
la que daba por seguro de que contaba con la protección del más allá.
Ciro Bianchi Ross
cbianchi@enet.cu
http://wwwcirobianchi.blogia.com/
http://cbianchiross.blogia.com/
Il dittatore Fulgencio
Batista, aveva una maniera molto particolare di appropriarsi dei soldi dello
Stato. La sua posizione politica privilegiata, dice Guillermo Jiménez nel suo
libro Los propietarios de Cuba ; 1958,
gli dette l’opportunità di aprofittarsi in modo stupefacente della politica di
finanziamento e concessioni promossa dalle istituzioni bancarie statali diretta
da Joaquín Martínez Sáenz, presidente del Banco Nacional, sia mediante la
richiesta di detti finanziamenti o mediante la riscossione, tramite terzi, di
un’elevata gabella specialmente per quegli imprenditori beneficiati da
quell’originale modo di malversazione che istituí.
Aggiunge Jiménez che oltre
agli introiti delle sue numerose aziende - circa 70 - riceveva regolarmente i guadagni
provenienti da vari modi di costrizione, malversazioni e altre imposizioni. Fra
queste, quelle prodotte dal gioco clandestino e il 30 per cento che i
contrattisti pagavano in contanti per la concessioni delle opere ricevute, di
cui ispezionava personalmente i crediti. Ciò gli permise di ammassare una
fortuna calcolata in 300 milioni di dollari. Due aneddoti illustrano queste
affermazioni. Li rivela il generale Francisco Tabernilla Palmero nel suo libro
di memorie che col titolo di Palabras esperadas, pubblicò a Miami
nel 2009. Tabernilla Palmero,conosciuto col soprannome di “Silito” era il
segretario militare di Batista, capo del Reggimento Misto 10 di Marzo e, già
negli ultimi tempi della dittatura, capo della Divisione di Fanteria Generale
Alejandro Rodríguez, entrambi con sede nella Città Militare di Columbia – oggi
Ciudad Libertad -, truppe che si notavano come il pollo del riso col pollo
delle Forze Armate cubane dell’epoca.
Con relaione al 30 per cento
che pagavano gli imprenditori “premiati” con l’esecuzione di qualche opera
pubblica, dice “Silito” che i beneficiati arrivavano all’ufficio del Presidente
con una valigia piena di soldi e uscivano dallo studio presidenziale senza un
centesimo e a volte senza valigia perché a Batista piaceva.
Incassi
favolosi
Inoltre racconta che alla
morte, nel 1956, del brigadier generale Rafael Salas Cañizares, capo della
Polizia Nazionale, Batista chiamò al Palazzo Hernando Hernández che
recentemente promosso a Brigadiere Generale, aveva appena ottenuto il comando
del corpo poliziesco e gli chiese che verificasse quanto riceveva Salas
Cañizares per concetto del gioco
proibito all’Avana. L’investigazione scoprì una somma favolosa: oltre
700.000 pesos mensili. Allora Batista ordinò a Hernando Hernández che si occupasse
della raccolta di questi soldi e li portasse al Palazzo al fine che sua moglie
lo destinasse a “opere di carità”.
A questo fatto allude anche
il padre di “Silito” in una lettera che invia a Batista, il 24 agosto del 1960.
Batista trascorre il suo esilio a Funchal, nell’Isola di Madeira e il tenente
generale Francisco Tabernilla Dolz, Capo dello Stato Maggiore Congiunto delle
Forze Armate della dittatura, risiede a Riviera Beach, in Florida. Il “Vecchio
Pancho”, come lo chiamavano, dice nella sua lettera a Batista: “Lei ha permesso
l’auge del gioco d’azzardo in tutta la Repubblica di Cuba, facendo entrare i
favolosi introiti dalla porta principale del medesimo Palazzo Presidenziale...”
Chiaro che è un’accusa
tardiva, con pentimento e lacrime di coccodrillo comprese. La lettera è
motivata dal libro che Batista aveva appena pubblicato. S’intitola Respuesta e lui vuole giustificare
l’ingiustificabile; salvare le sue responsabilità nel crollo del suo Governo e
incolpare del disastro i Tabernilla che accusa di essere traditori.
Tabernilla risponde: “Il traditore più grande
che Cuba ha avuto è lei, signor Batista, per il suo pessimo agire e la miopia
nel problema di Cuba...In quanto alla sua mancanza di coraggio, nessuno lo
discute, sono tutti d’accordo, ebbene la sua inconsulta e precipitosa fuga lo
dimostra senza dar adito a dubbi”.
Tabernilla accusa con
durezza il suo antico capo, quello che accompagnava fino dal colpo di Stato del
4 settembre 1933, quando fu fra i molto contati ufficiali – era allora tenente
– che si aggiunse alla ribellione dei sergenti. Scrive: “Le bugie, calunnie e
falsità con le quali lei tratta di giustificarsi nel libro Respuesta per discolparsi, mi creda don Fulgencio, non le rendono
nessun favore”.
A loro volta i Tabernilla
cercarono di discolparsi anche loro e pagheranno José Suárez Nuñez, batistiano
fino all’ultimo momento del regime, per un libro contro Batista, El gran culpable.
Dice che fu l’appoggio dei
Tabernilla che permise a Batista di mantenersi al potere ebbene “senza di loro
non sarebbe arrivato a un anno di Governo”. Anche così si considera una vittima
dell’astuto ex presidente. Il vecchio militare si copre di manto di pecora e
scrive: “L’ammirazione, lealtà e sincera amicizia che professavo per lei,
oscurarono la mia capacità di intendere, non potendo rendermi conto in tempo
del suo egoismo, rovinosità e cattiveria. Lei mi ha utilizzato come paravento
per coprire le sue molte porcherie...”
“L’unica accusa che mi
faccio è per la mia debolezza, per non aver mantenuto con carattere
irrevocabile le dimissioni che le ho presentato...lo stesso giorno che gli
insorti hanno attaccato la caserma Goicuria nella provincia di
Matanzas...Questo fu il mio grave errore, di non essermi ritirato in
quell’occasione, ma mi trattenne l’idea di cosa potessero pensare i miei
compagni, che abbandonavo la nave per paura dei futuri accadimenti che già si
profilavano. Per questo ho continuato al suo fianco, ma le diedi l’opportunità
di infangarmi e di distruggere il mio onore come militare, ma Dio Onnipotente
saprà castigare quelli che continuano così”.
Un altro rimprovero scoppia
alla fine della lettera, quello dei soldi. Batista estrasse il suo, almeno gran
parte. Tabernilla, sorpreso dal crollo della dittatura e dalla fuga
precipitosa, non poté fare lo stesso. Scrive al rispetto: “Mi permetto
chiarirle...che i soldi che i castristi mi hanno rubato nelle banche di Cuba
non furono il prodotto di nessun tipo di affare, concessione, asta del Governo,
eccetera. Quesi soldi li ho accumulati con i compensi che mi hanno pagato per
suo ordine, corrispondenti agli anni in cui rimasi fuori o per meglio dire
pensionato dall’Esercito, per disposizione del Dott. Grau San Martín e le
briciole che lei mi regalava, ebbene la modesta casa che possedevo l;ho
fabbricata nell’anno 1950”.
Questi voti di povertà sono
discutibili in un uomo come Tabernilla. Suo figlio Carlos era capo della Forza
Aerea e la voce popolare garantiva che svolgevano un bell’affare con il
contrabbando – sigarette, liquori, elettrodomestici, ecc. – dagli Stati uniti.
Quando il tenente colonnello Ángel Sánchez Mosquera – il più grande assassino e
ladro di tutti i capi militari che aveva Batista, al dire del Che Guevara – fu
ferito alla testa durante la seconda battaglia di Santo Domingo, non c’era un
elicottero per portarlo via dalla Sierra Maestra. I mezzi aerei di carico e
trasporto dell’Esercito erano in funzione dei torbidi affari dei capi.
Dice Tabernilla: “Non voglio
domandarle a quanto ammonta la sua favolosa fortuna né come la acquisí o dove la
tiene depositata. Questi sono segreti di Stato. Ebbene, don Fulgencio, lei sì è
stato furbo a mettere i suoi spiccioli in un luogo sicuro”.
L’Indio
Queste e altre riflessioni
vengono alla mente dello scriba mentre visita di nuovo la residenza di Kuquine,
il ritiro campestre di Batista nei dintorni dell’Avana. Qualcuno che preferisce
mantenere il suo anonimato raccontò a chi scrive le sue visite alla tenuta
quando era ancora occupata dalla famiglia del presidente. Vicino alla porta
d’ingresso c’era una stanza refrigerata dove Martha Fernández, la moglie di
Batista, teneva le sue pellicce e, nella zona della cucina, una dispensa con la
capacità, si diceva, a provviste alimentari per un anno. Oltre alla piscina,
c’era un quadrilatero per la boxe, tre o quattro cani da caccia e fra altri quadrupedi, un cavallo bianco che
era il preferito dal dittatore. Due automobili antiche, erano pure conservate
nel feudo: una marca Ford, modello T, forse lo stesso che Batista aveva nei
suoi giorni da sergente eil Chrysler dorato di Roberto, il fratello di Martha
che viveva anche lui nella tenuta, in una casa sita a un chilometro dalla
principale e che seppure più piccola è sempre sembrata più lussuosa di quella
di suo cognato. La biblioteca occupava due sale del piano terra, divise da un
patio e ad essa si accedeva da un portico. Le camere da letto erano al piano
superiore ed erano tutti identificate da un’iscrizione dove si leggeva il nome
dei loro occupanti. Il maggiordomo era negro. Questa fu solo una delle sue
residenze private. Si aggiungono quella della spiaggia di Varadero, quella di
Tope de Collantes e quella del’Isola dei Pini.
Batista fu un politico
straordinariamente abile, con l’astuzia dell’animale forte. Un maestro
nell’arte di fingere. Al fine di raggiungere i suoi obbiettivi poteva muovere,
senza scrupolo, qualunque risorsa, fino alla repressione illimitata. Il suo
mandato costò al Paese, non si deve dimenticare, migliaia di morti.
Nella pagina della scorsa
settimana, pure dedicata a Kuquine, ho riferito del ritrovamento, già nel 1959,
in un locale di disimpegno della casa e nascoste da una montagna di libri
vecchi e polverosi, di cinque casse di legno...contenevano circa 800 oggetti
preziosi valutati in un paio di milioni di dollari. Fra questi c’era una spilla
d’oro puro con l’effigie di un indio. La testa della figura era adornata di
pietre preziose con i colori della bandiera che batista instaurò nelle Forze
Armate dopo il colpo di Stato del 4 settembre del 1933.
A batista piaceva far
credere che godeva della protezione di un indio. Quando era candidato del
Partito d’Azione Unitaria (PAU) qualcuno, a Kuquine, gli scattò una fotografia
che ha per sfondo dei rampicanti. Una sera chiamò il suo segretario Raúl Acosta
Rubio e gli disse: “Non vedi un indio
sullo sfondo? È ben chiaro e definito”. Acosta risposose di sì; era evidente
che i rami configuravano la testa di un indio pellerossa. Batista, disposto ad
aprofittarsi di quella situazione, domando immediatamente: “Che te ne pare di
mandarne a stampare qualche migliaio di copie della foto perché ;a gente che
crede in ciò, e qua sono migliaia, veda che ho la protezione di un capo
indiano? Sarebbe una buona pubblicità!”.
Concludeva, Acosta Rubio,
nel suo libro Todos culpables che
com’era logico si mandò a riprodurre la fotografia in questiuone in migliaia di
copie. Nell’intimità Batista ci scherzava sopra, ma quando qualcuno gli parlava
del fatto, sorgeva sul suo volto un sorriso enigmatico con la quale dava per
certo che contava con la protezione dell’al di la.
Ciro Bianchi Ross * digital@juventudrebelde.cu
18 de Octubre del 2014 22:09:03 CDT
El dictador Fulgencio Batista tenía una forma muy particular de
apropiarse del dinero del Estado. Su posición política privilegiada,
dice Guillermo Jiménez en su libro Los propietario de Cuba; 1958, le
dio la oportunidad de aprovecharse de manera asombrosa de la política
de financiamiento y concesiones promovida por las instituciones
bancarias estatales dirigida por Joaquín Martínez Sáenz, presidente
del Banco Nacional, bien mediante la requisa de esos financiamientos o
mediante el cobro, a través de terceros, de una elevada gabela en
especie a aquellos empresarios beneficiados por tal original forma de
malversación que implantó.
Añade Jiménez que además de los ingresos de sus numerosas empresas
--unas 70-- recibía regularmente las ganancias provenientes de varias
formas de cohecho, malversación y otras imposiciones. Entre estas, las
producidas por el juego prohibido y el 30 por ciento de comisión que
los contratistas pagaban en efectivo por las concesiones de obras
recibidas, cuyos créditos supervisaba él personalmente. Lo que le
permitió amasar una fortuna calculada en 300 millones de dólares.
Dos anécdotas ilustran esas afirmaciones. Las revela el general
Francisco Tabernilla Palmero en su libro de memorias que con el título
de Palabras esperadas publicó en Miami en 2009. Tabernilla Palmero,
conocido por el sobrenombre de “Silito”, era el secretario militar de
Batista, jefe del Regimiento Mixto 10 de Marzo y, ya en los últimos
tiempos de la dictadura, jefe de la División de Infantería General
Alejandro Rodríguez, ambos con sede en la Ciudad Militar de Columbia
--hoy Ciudad Libertad--, tropas que se evidenciaban como el pollo del
arroz con pollo de las Fuerzas Armadas cubanas de la época.
Con relación al 30 por ciento que pagaban los empresarios “premiados”
con la ejecución de alguna obra pública, dice “Silito” que los
beneficiados llegaban a la oficina del Presidente con una maleta
cargada de dinero y salían del despacho presidencial sin un centavo y
a veces sin maleta porque Batista se antojaba de ella.
Fabulosas recaudaciones
18 de Octubre del 2014 22:09:03 CDT
El dictador Fulgencio Batista tenía una forma muy particular de
apropiarse del dinero del Estado. Su posición política privilegiada,
dice Guillermo Jiménez en su libro Los propietario de Cuba; 1958, le
dio la oportunidad de aprovecharse de manera asombrosa de la política
de financiamiento y concesiones promovida por las instituciones
bancarias estatales dirigida por Joaquín Martínez Sáenz, presidente
del Banco Nacional, bien mediante la requisa de esos financiamientos o
mediante el cobro, a través de terceros, de una elevada gabela en
especie a aquellos empresarios beneficiados por tal original forma de
malversación que implantó.
Añade Jiménez que además de los ingresos de sus numerosas empresas
--unas 70-- recibía regularmente las ganancias provenientes de varias
formas de cohecho, malversación y otras imposiciones. Entre estas, las
producidas por el juego prohibido y el 30 por ciento de comisión que
los contratistas pagaban en efectivo por las concesiones de obras
recibidas, cuyos créditos supervisaba él personalmente. Lo que le
permitió amasar una fortuna calculada en 300 millones de dólares.
Dos anécdotas ilustran esas afirmaciones. Las revela el general
Francisco Tabernilla Palmero en su libro de memorias que con el título
de Palabras esperadas publicó en Miami en 2009. Tabernilla Palmero,
conocido por el sobrenombre de “Silito”, era el secretario militar de
Batista, jefe del Regimiento Mixto 10 de Marzo y, ya en los últimos
tiempos de la dictadura, jefe de la División de Infantería General
Alejandro Rodríguez, ambos con sede en la Ciudad Militar de Columbia
--hoy Ciudad Libertad--, tropas que se evidenciaban como el pollo del
arroz con pollo de las Fuerzas Armadas cubanas de la época.
Con relación al 30 por ciento que pagaban los empresarios “premiados”
con la ejecución de alguna obra pública, dice “Silito” que los
beneficiados llegaban a la oficina del Presidente con una maleta
cargada de dinero y salían del despacho presidencial sin un centavo y
a veces sin maleta porque Batista se antojaba de ella.
Fabulosas recaudaciones
Cuenta además que a la muerte, en 1956, del brigadier general Rafael
Salas Cañizares, jefe de la Policía Nacional, Batista llamó a Palacio
a Hernando Hernández que, recién ascendido a Brigadier General,
acababa de asumir la jefatura del cuerpo policial, y le pidió que
averiguara cuánto percibía Salas Cañizares por concepto del juego
prohibido en La Habana. La investigación arrojó una suma fabulosa: más
de 700 000 pesos mensuales. Batista ordenó entonces a Hernando
Hernández a que se ocupara de la recaudación de ese dinero y lo
llevara a Palacio a fin de que su esposa lo destinara a “obras de
caridad”.
A ese hecho también alude el padre de “Silito” en una carta que envía
a Batista, el 24 de agosto de 1960. Batista pasa su exilio en Funchal,
en las Islas Madeiras, y el teniente general Francisco Tabernilla
Dolz, jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas de la
dictadura, radica en Riviera Beach, en la Florida. Dice el “Viejo
Pancho”, como le llamaban, en su carta a Batista: “Usted permitió el
auge del juego prohibido en toda la República, llegando las fabulosas
recaudaciones a penetrar por la puerta principal del mismo Palacio
Presidencial...”
Claro que es una acusación tardía, con arrepentimiento y lágrimas de
cocodrilo incluidas. Motiva la carta el libro que Batista acababa de
publicar. Se titula Respuesta y quiere con él justificar lo
injustificable; salvar su responsabilidad en el derrumbe de su
Gobierno y culpar del desastre a los Tabernilla, a los que acusa de
traidores.
Responde Tabernilla: “El traidor más grande que han tenido Cuba y las
Fuerzas Armadas es usted, señor Batista, por vuestra pésima actuación
y miopía en el problema de Cuba... En cuanto a su falta de valor, nadie
lo discute, todo el mundo está de acuerdo, pues su inconsulta y
precipitada fuga así lo demuestra sin lugar a dudas”.
Tabernilla increpa con dureza a su antiguo jefe, al que acompañaba
desde el golpe de Estado del 4 de septiembre de 1933, cuando fue de
los muy contados oficiales --era entonces teniente-- que se sumó a la
rebelión de los sargentos. Escribe: “Las mentiras, calumnias y
falsedades con las que usted trata de valerse en el libro Respuesta
para exculparse, créame, don Fulgencio, que no le hacen ningún favor.
A su turno, los Tabernilla también tratarían de exculparse y pagarían
a José Suárez Núñez, batistiano hasta la víspera, un libro contra
Batista, El gran culpable.
Dice que fue el apoyo de los Tabernilla lo que permitió a Batista
mantenerse en el poder pues “sin ellos no hubiera llegado a un año en
el Gobierno”. Aun así, se considera una víctima del astuto mandatario.
Se cubre el viejo militar con piel de oveja y escribe:
“La admiración, lealtad y sincera amistad que le profesaba, nublaron
mi entendimiento, no pudiendo darme cuenta a tiempo de su egoísmo,
ruindad y maldad. Usted me utilizó a mí de mampara para cubrir sus
múltiples fechorías...”.
“La única acusación que me hago yo, es la debilidad mía por no haberle
mantenido con carácter irrevocable la renuncia que le presenté... el
mismo día que los insurgentes atacaron el cuartel Goicuría, en la
provincia de Matanzas... Ese fue mi gran error, el no haberme retirado
en aquella ocasión, pero me retuvo la idea de lo que podían pensar mis
compañeros, que abandonaba la nave por temor a los futuros
acontecimientos que ya se vislumbraban. Por eso seguí al lado de
usted, pero le di la oportunidad de mancharme de lodo y de destruir mi
honor como militar, pero Dios Todopoderoso sabrá castigar a los que
así proceden”.
Un reproche más explota al final de la misiva, el del dinero. Batista
sacó el suyo o al menos una gran parte. Tabernilla, sorprendido por el
derrumbe de la dictadura y la fuga precipitada, no pudo hacer lo
mismo. Escribe al respecto:
“Me permito aclararle... que el dinero que los castristas me robaron en
los bancos de Cuba no fue el producto de ninguna clase de negocios,
concesiones, subastas del Gobierno, etc. Ese dinero lo acumulé con los
haberes que por orden suya me pagaron, correspondientes a los años que
estuve fuera o mejor dicho retirado del Ejército, por disposición del
Dr. Grau San Martín, y las migajas con que usted me obsequiaba, pues
la modesta casa que tenía la fabriqué en el año 1950”.
Esos votos de pobreza en un hombre como Tabernilla son discutibles. Su
hijo Carlos era el jefe de la Fuerza Aérea y la voz popular aseguraba
que acometían un negocio tremendo de contrabando --cigarrillos,
licores, efectos eléctricos, etc.-- desde Estados Unidos. Cuando el
teniente coronel Ángel Sánchez Mosquera --el más valiente, asesino y
ladrón de todos los jefes militares que tenía Batista, al decir de Che
Guevara-- fue herido en la cabeza durante la segunda batalla de Santo
Domingo, no había un helicóptero para sacarlo de la Sierra Maestra.
Medios aéreos de carga y transporte del Ejército estaban en función de
los negocios turbios de los jefes.
Dice Tabernilla: “No deseo preguntarle a usted a cuánto asciende su
fabulosa fortuna ni cómo la adquirió ni dónde la tiene depositada.
Esos son secretos de Estado. Ahora bien, don Fulgencio, usted sí fue
listo al poner sus quilitos en lugar seguro”.
El indio
Esas y otras reflexiones acuden a la mente del escribidor mientras
recorre de nuevo la casa de vivienda de Kuquine, el predio campestre
de Batista en las afueras de La Habana. Alguien que prefiere mantener
su anonimato contó a quien esto escribe sus visitas a la finca cuando
la ocupaba aún la familia del mandatario. Cerca de la puerta de
entrada de la casa había un cuarto refrigerado donde Martha Fernández,
la esposa de Batista, guardaba sus abrigos de piel, y, en el área de
la cocina, una despensa que daba cabida, se decía, a una provisión de
alimentos para un año. Además de la piscina, había un cuadrilátero de
boxeo y tres o cuatro perros de caza y, entre otros cuadrúpedos, un
caballo blanco que era el preferido del dictador. Dos automóviles
antiguos se conservaban en el feudo: uno marca Ford, modelo T, quizá
el mismo que tenía Batista en sus días de sargento, y el Chrysler
dorado de Roberto, el hermano de Martha, que también vivía en la
finca, en una casa situada a un kilómetro de la casa principal y que,
aunque más pequeña, a mi interlocutor le pareció siempre más lujosa
que la de su cuñado. La biblioteca ocupaba dos salas de la planta
baja, divididas por un patio, y se accedía a esta desde el portal. Los
dormitorios estaban en la planta alta y todos estaban identificados
con una inscripción donde se leía el nombre de su ocupante. El
mayordomo era negro. Esta fue solo una de sus residencias privadas. Se
suman la de la playa de Varadero, la de Topes de Collantes y la de
Isla de Pinos.
Batista fue un político extraordinariamente hábil, con la astucia del
animal fuerte. Un maestro en el arte de fingir. Con tal de lograr sus
objetivos, podía mover, sin escrúpulo, cualquier recurso, hasta la
represión ilimitada. Su mandato, no hay que olvidarlo, costó al país
miles de muertos.
En la página de la semana anterior, dedicada también a Kuquine, referí
el hallazgo ya en 1959, en un cuarto de deshago de la casa y
disimuladas por una montaña de libros viejos y empolvados, de cinco
cajas de madera.. Contenían unas 800 alhajas valoradas en unos dos
millones de dólares. Entre estas había una sortija de oro puro con la
efigie de un indio. Adornaban la cabeza de la figura piedras preciosas
con los colores de la bandera que Batista instauró en las Fuerzas
Armadas tras el golpe de Estado del 4 de septiembre 1933.
Gustaba Batista de hacer creer que disfrutaba de la protección de un
indio. Cuando era candidato presidencial por el Partido de Acción
Unitaria (PAU) alguien, en Kuquine, le tomó una fotografía que tiene
como fondo una enredadera. Una noche llamó a su secretario, Raúl
Acosta Rubio, y le dijo: “¿No ves un indio en el fondo? Está bien
clarito y definido”. Respondió Acosta que sí; era evidente que las
ramas configuraban la cabeza, pero de un indio piel roja. Batista,
dispuesto a aprovecharse de esa situación, preguntó enseguida: “¿Qué
te parece mandar a imprimir unos cuantos millares de la foto, para que
la gente que cree en eso, y aquí son miles, vea que tengo la
protección de un cacique? ¡Sería una buena propaganda!’.
Concluía Acosta Rubio en su libro Todos culpables que, como era
lógico, se mandó a reproducir por millares la fotografía en cuestión.
En la intimidad, Batista hacía burlas de aquello, pero cuando alguien
le hablaba del asunto, asomaba a su rostro una sonrisa enigmática con
la que daba por seguro de que contaba con la protección del más allá.
Ciro Bianchi Ross
cbianchi@enet.cu
http://wwwcirobianchi.blogia.com/
http://cbianchiross.blogia.com/
domenica 19 ottobre 2014
Dove mangiare bene e bere meglio, all'Avana
Fonte: Cuba Contemporanea
Restaurante Divino: en alabanza a la vida, el amor y la naturaleza
Por Yizzet Bermello
Restaurante Divino
Si usted
es de los que gustan de los espacios abiertos y apacibles, donde la naturaleza
reina y nos muestra toda su majestuosidad; si disfruta de esa energía especial
que dan los verdes intensos; de la paz que se siente cuando uno sale en familia
a buscar fuera de la ciudad aires menos congestionados, y además de esa
gastronomía en la que los sabores tradicionales y nuevos de la cocina se
mezclan y son potenciados desde condimentos bien naturales, pues créame que le
tengo una recomendación muy especial en esta oportunidad.
En la
barriada habanera de Mantilla, ubicada en la zona periférica de la capital
cubana, abrió hace más de dos años el restaurante Divino, del que hoy hablan
muchos especialistas gastronómicos, los más famosos sommeliers, pero también
visitantes extranjeros y nacionales que alguna que otra vez se han llegado
hasta el lugar para pasar un día de sosiego y sano esparcimiento, en el que
además aprenden sobre el proyecto que allí se ha gestado.
Porque en el Divino la amplia carta de platos cubanos e internacionales que
se puede degustar en su Salón de las Columnas, bajo esos corredores que en otro
tiempo alojaron los portales de la casona donde todavía hoy viven sus
propietarios; o los cocteles diversos para refrescarse, en el aledaño ranchón
donde se ubica el bar Plaza Luna, suelen ser el destino final de una larga y calmada
travesía por toda la finca y sus alrededores.
Antes de
llegar al momento de júbilo que siempre regala la comida preparada al carbón,
donde prima lo tradicional, aunque se le adivinen muchos elementos de
modernidad y algunas esencias gourmet, la mayoría de los visitantes se mueve
por las áreas de huertos en las que se cosechan los vegetales y condimentos que
consume el restaurante y la familia que lo impulsa, además de un gran terreno
inundado de árboles frutales, que desde hace algunos años ostenta la categoría
de Jardín Botánico Provincial para estas especies.
Disfrutan
durante ese periplo de la posibilidad de conocer sobre abonos naturales,
control biológico de plantas y muchos conceptos sanos de cultivo, a partir del
intercambio con productores, o con algunos estudiantes de la especialidad de
agronomía que hacen investigaciones en la finca La Yoandra, con una Triple
Corona Excelencia Nacional de la Agricultura Urbana, más Sello Agroecológico.
Para los
amantes del mundo de los vinos resultará una experiencia muy singular el
recorrido por la cava bajo tierra asociada al restaurante, donde se conservan,
en condiciones óptimas de temperatura y humedad, más de 300 etiquetas de este
producto, en representación de regiones y países de todo el orbe, junto a
objetos museables muy interesantes vinculados con la coctelería, la licorería y
la vinicultura en general.
Otro
espacio de creciente aceptación es la Casa del Campesino, una vivienda rústica
construida a la usanza de los bohíos que todavía se ven en los campos cubanos,
donde el visitante puede ampliar su conocimiento sobre tradiciones rurales, o
intercambiar directamente con niños y ancianos de la comunidad que rodea al
restaurante, con los que los propietarios desarrollan varios proyectos de
beneficio y respaldo social.
Suele
confirmar siempre allí que, más que una experiencia gastronómica o sensorial,
está disfrutando en los predios del restaurante Divino de un proyecto que
convida al comprometimiento y hace reflexionar sobre los valores inmensos
del amor; un proyecto de alabanza a la vida y la naturaleza.
Guiados por
la pasión
Precisamente, para la pareja que creó el Divino, como ellos mismos han
terminado llamándole, el restaurante por el que tanto se les conoce ahora
resulta solo un eslabón de cierre en una larga cadena de elementos que fueron
estructurando durante su matrimonio de más de 20 años, y siempre en el entorno
de esa casa y finca donde han crecido los hijos, muy cerca de la tierra y el
barrio que vio nacer a Yoandra Álvarez Echevarría.
“Compartimos
de alguna manera el amor por lo natural, los vinos y por esas iniciativas
comunitarias que contribuyen a la enseñanza de valores en los niños y al
beneficio de grupos poblacionales que en determinadas circunstancias se
encuentran en una situación de desventaja. Y alrededor de eso fueron surgiendo
todas las ideas: primero el organopónico para autoabastecernos, luego la finca
de frutales, después la cava que mi esposo siempre quiso tener por su
condición de sommelier internacional y más tarde el círculo de interés”,
recuerda esta mujer que dice sentirse feliz, porque ha logrado cumplir buena
parte de sus sueños.
Aclara que
en todo lo que han hecho los ha guiado el amor, la pasión, el deseo de probarse
y crecer, incluso en ámbitos para los que no sabían que tenían cualidades y
capacidad. “El proyecto comunitario es una parte esencial para nosotros. Se
llama “Desde adentro” porque lo enfocamos en el mismo barrio y se acomete con
recursos propios. Hemos pasado por tres generaciones de niños y ayudamos en la
actualidad a unos 40 ancianos. La verdad es que reconforta mucho y le otorga
mayor espiritualidad a este lugar”, añade.
Enfatiza
la propietaria que el restaurante no solo genera ganancias para la subsistencia
familiar. “Buena parte de lo que se gana se revierte también en estos
desarrollos de la finca y el trabajo con la comunidad. De hecho, cuando lo
creamos ya existían alrededor del Divino todos los demás elementos
mencionados”, acota.
Le
preguntamos entonces por las razones que apoyaron ese nombre, y responde
rápido: “El tema del vino estaba muy latente en nuestro espacio y queríamos
resaltarlo, pero tuvo que ver también con la palabra divinidad, por lo bueno,
por lo exquisito, y se ha convertido en el término que usa todo el que nos
visita para definirnos. El Divino nos vino por tanto como anillo al dedo”.
Restaurante
Divino:
Calle
Raquel, número 50, entre Esperanza y Lindero, Reparto Castillo de Averhoff,
Mantilla, Arroyo Naranjo, La Habana, Cuba
Teléfono: (537) 643 7734
Teléfono: (537) 643 7734
sabato 18 ottobre 2014
venerdì 17 ottobre 2014
giovedì 16 ottobre 2014
mercoledì 15 ottobre 2014
Settimana della Lingua Italiana
LUNEDÌ 20 OTTOBRE
h. 09.30
(FLEX) - Aula 201
Conferenza: Musica e comunicazione. Blog e social networks: un nuovo modo di dialogare
Alberto Lentini - Giornalista libero
professionista
h. 19.00
Antigua Iglesia de San Francisco de Paula. Ave. del Puerto
e San Ignacio
Concerto inaugurale della XIV Settimana
della Lingua Italiana
nel Mondo:
Moderna fisarmonica. Variazioni linguistiche
M° Marco Lo Russo, fisarmonicista e compositore. Voce recitante: Sheila
Roche
h. 09.00
Universidad de La Habana
– Facultad de Derecho - Sala Polivalente
Conferenza: Integrazione europea e Integrazione latino americana
Prof. Domenico Fracchiolla – LUISS, Università Guido Carli, Roma
h. 13.00
Universidad de La Habana - Facultad
de Lenguas Extranjeras (FLEX) - Aula 201
Iniziativa di traduzione Chi ben comincia...: scegli
l’incipit più bello,
per alunni del III, IV e V anno della FLEX
Traduzione in spagnolo dell’incipit dei
dodici libri finalisti del Premio Strega
2014
MERCOLEDÌ 22 OTTOBRE
h. 09.30
Biblioteca Rubén Martínez Villena - Obispo tra Oficios e Baratillo
Presentazione del libro di Giancarlo
M. Marroni, Da Enea a O5aviano. Storie
romane per ragazzi
Alla
presenza dell'autore
h. 10.00
h. 10.00
Universidad de las Artes (ISA) - Salón de Actos
Master Class: Bellini incontra Chopin, M° Gianfranco Pappalardo Fiumara, pianista,
e M° Roberto
Cresca, tenore
h. 11.30
Universidad de La Habana - Facultad
de Lenguas Extranjeras (FLEX) – Aula 201
Conferenza: Grandattori italiani dell'Ottocento in tournée
a Cuba
Prof.ssa Luciana Pasquini – Università G. D’Annunzio di Chieti
h. 15.00
Universidad de La Habana - Facultad
de Lenguas Extranjeras (FLEX) – Aula 201
Conferenza: Editoria digitale: dalla carta stampata
all'e‐book
Alberto Lentini
- Giornalista libero
professionista
GIOVEDÌ 23 OTTOBRE
h. 17.00
Dante
Alighieri, Casa Garibaldi
- Callejón de Jústiz, 21
Conferenza: Editoria digitale: dalla carta stampata
all'e‐book
Alberto Lentini
- Giornalista libero
professionista
VENERDÌ 24 OTTOBRE
Conferenza: L'umanesimo universale della scena e il rischio della dismissione del sapere umanistico
Prof.ssa Luciana Pasquini – Università G. D’Annunzio di Chieti
h. 18.00
Museo
del Ron Havana Club - Ave. del Puerto, 262 e Sol
Presentazione del libro di Alessandro Zarlatti, Alcune strade per Cuba
Alla presenza dell'autore e con Alberto
Lentini, moderatore, e il M° Marco Lo Russo alla fisarmonica
SABATO 25 OTTOBRE
h. 10.00
SABATO 25 OTTOBRE
h. 10.00
Dante Alighieri, Casa Garibaldi - Callejón de Jústiz, 21
Primo Seminario Storico: Emigrazione e Presenza Italiana a Cuba
Dott. D. Capolongo, moderatore e conduttore; Dott. E. Marziota, Presidente Comitato Organizzatore
h. 20.30
Teatro Martí
Concerto di chiusura:
Io amo l'opera: W V.E.R.D.I.
M° Gianfranco Pappalardo Fiumara, pianista e M° Roberto
Cresca, tenore
h. 19.00
Teatro Las Coralinas – Amargura,
61 tra San Ignacio e Mercaderes
Spe5acolo: Incontri, Danza Teatro Retazos, con il M° Marco Lo Russo alla fisarmonica
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