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domenica 5 febbraio 2012

Mugugni cubani

Ricevo e pubblico una mail firmata Fernando Ravsberg:


"Estar en la bobería"
Fernando Ravsberg | 2012-02-02, 10:39

Cuba refuta a quienes creen que los latinos no tenemos la exactitud germánica, pero tendrá que importar miles de balanzas de precisión para dotar a sus puestos de venta de comida, donde se regula rigurosamente los gramos de las raciones.

Sin pretender fanfarronear no creo que exista en Alemania un restaurante donde se garantice que el plato de arroz frito pesa justo 348 gr, el de espagueti napolitano 406 gr y cuando el cliente quiere que se le adhiera jamón serán 58 gr más.

Pero eso no se queda ahí, logran hornear pizzas de 406 gr. y encontré un puesto callejero de venta del popular pan con lechón (cerdo asado) cuyos sándwiches tienen un peso de 123,5 gr, ni medio más ni medio menos de lo establecido.

Imagino los debates de los compañeros dirigentes del sector, en los ministerios e instituciones que establecen semejantes normas comerciales, y casi puedo visualizarlos argumentando científicamente por qué una ensalada mixta debe llevar 116 gr de vegetales.

Eso explica la enorme cantidad de encuentros de trabajo que tienen los jefes de estos organismos, y también por qué cada vez que Ud. pregunta por el gerente del restaurante, bar o cafetería, la respuesta es invariable: "el compañero está reunido".

Pero lo cierto es que mientras los jefes se dedican a calcular el peso exacto de cada plato, en los puestos falta higiene, servilletas, a veces tratan mal al cliente y reducen las raciones para robarse toneladas de alimentos por la puerta de atrás.

Claro que la gastronomía no tiene el monopolio del disparate. Recientemente hice un viaje al extranjero y al llegar al destino no apareció mi maleta. Después de varios días la compañía aérea confesó que fue retenida por la aduana cubana.

Nadie nos supo explicar la razón pero en la etiqueta se alertaba que dentro habían detectado un par de zapatos. Me sorprendió que les resultara sospechoso, espero no ser el único pasajero que viaja con un par de zapatillas deportivas en su equipaje.

Nadie me dio respuesta así que me dirigí a la dirección de la Aduana General de la República pidiendo explicaciones. Entregué una carta contándolo todo, la recibieron, la registraron en el enorme libro de quejas y nunca me respondieron.

Nuestra mala suerte en el aeropuerto de La Habana se ha convertido en una tradición familiar, a mi hijo menor le desaparecieron también la maleta y nunca la volvió a ver, mientras que al mayor lo interrogaron apenas bajó del avión por apellidarse "Ravsberg".

Ahora pasaron 4 días revisando mi "sospechoso" par de zapatos, semejante dedicación podría explicar por qué no tienen tiempo de frenar el contrabando, el paso de las pacas, los pagos por la izquierda, los carritos "intocables" o el caos artificial del equipaje.

Seguramente resultaría útil al país que la prensa investigara estos hechos en vez de gastar espacio, tiempo y personal en atacar a "los carretilleros", tal y como si la venta callejera de viandas y hortalizas fuese un asunto de seguridad nacional.

Mientras la mayoría de los cubanos esperaban el resultado de la Conferencia del Partido Comunista, los periódicos y la TV dedicaban sendos espacios a criticar a los jóvenes que recorren los barrios empujando bajo el sol un carro cargado de verduras.

A ver si ahora los carretilleros resultan ser los culpables del desastre agrícola, de los mercados desabastecidos, del alza de los precios, de la escaza producción de alimentos, de la importación tardía de las semillas o de un sistema de distribución irracional.

Estas historias reflejan una pequeña síntesis de cómo algunos siguen centrando su atención en los problemas más banales en lugar de buscar soluciones a aquellos que realmente importan. Es lo que los cubanos de a pie llama

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