Fonte:Cuba Contemporanea
Juan Padrón y el cine cubano de animación
Juan Padrón y el cine cubano de animación
Por Luciano Castillo
4 Agosto, 2014 - 06:12
Quiso el
azar que a dos hermanos matanceros correspondiera registrar en la historia del
cine cubano sendos largometrajes de animación: Juan Padrón realizó Elpidio
Valdés (1979), el primero en su categoría producido en la Isla, y
Ernesto Padrón logró finalmenteMeñique (2014), el primero en 3D,
que esperamos marque un antes y un después en el devenir del cine criollo de
animación. Realicemos un flashback en torno al primero de
ellos y su inserción en la cinematografía nacional.
Salvo muy
esporádicas expresiones -en particular la creación de un efímero estudio en
Santiago de Cuba hacia 1946-, en el período pre-revolucionario el cine de
animación era una rara avis en la escuálida producción
cinematográfica de la Isla.
Con el
surgimiento de la televisión, los dibujos animados son reactivados como
elementos indispensables para la propaganda comercial. Un año después de su
constitución, en 1960, el ICAIC crea el Departamento de Animación, que reúne a
un grupo de entusiastas: el caricaturista Jesús de Armas (1934-2002), Manuel
Lamar (Lillo), el diseñador valenciano Eduardo Muñoz Bachs (1937-2001), José
Reyes y Hernán Henríquez.
Los dos
primeros cortos producidos de inmediato: El maná y La
prensa seria, reflejan satíricamente el torbellino de transformaciones que
se operaba alrededor. En esta primera etapa con predominio de la parodia
prevalece el diseño geométrico, los trazos bruscos y una gran libertad
expresiva en el uso del color, según señala el estudioso Roberto Cobas. Se
advierte, además, la influencia de los dibujos animados de la televisión
norteamericana.
La cosa (1963), realizado por el australiano Harry Reade, residente en Cuba
en esta etapa, es el primer título en obtener un reconocimiento internacional
al ser escogido como Filme Notable del Año en Londres.
Al año
siguiente comienzan a influir en el cine cubano de animación algunas tendencias
del arte contemporáneo aplicadas al abordaje de conflictos intimistas, al mismo
tiempo que la impronta del cine de animación europeo que llega a Cuba, sobre
todo procedente del campo socialista, en especial de Hungría, Polonia y
Checoslovaquia.
Ese
proceso de intelectualización, recurrencia al simbolismo y excesiva valoración
del diseño es reflejado en obras de gran valor estético pero de limitada
comunicación popular, sobre todo Un sueño en el parque (1965),
del escritor Luis Rogelio Nogueras, y El poeta y la muñeca (1967),
concebida por Tulio Raggi (1938-2013), uno de los más prolíficos creadores,
quien ese mismo año emprende una línea de trabajo destinada al auditorio
infantil.
Paralelamente
a esta labor in crescendo, desde 1963 aparecían en una revista de
la juventud cubana las caricaturas del joven Juan Padrón (nacido en 1947),
poseedor de una innata destreza para el dibujo y un arraigadísimo sentido del
humor. Nunca cursó estudios de pintura, aunque se graduó como Licenciado en
Historia del Arte en la Universidad de La Habana, pero la aceptación del
trabajo firmado por Padroncito le posibilitó extenderlo a cuatro publicaciones
de historietas y creó sus primeros personajes: el samurai Kashibashi y el
extraterrestre Barzum.
En el
suplemento humorístico “El sable” del diario Juventud Rebelde descubre
la vertiente preferida de su imaginación: el humor negro, que comunica a sus
numerosos chistes protagonizados por verdugos y vampiros. No sospechaba
entonces que harían de las suyas en las calles habaneras de los años 30 en un
delirante largometraje: ¡Vampiros en La Habana! (1985), toda
una película de culto.
Pero mucho
antes, en 1970, con su dominio de la línea y de los detallados
fondos, surge de sus manos en el semanario infantil Pionero un
personaje emblemático que conquistaría a todos: Elpidio Valdés, ingenioso mambí
en lucha contra el colonialismo español.
Padrón se
entrenó como camarógrafo de mesa de animación antes de que sobre su caballo
Palmiche saltara su aguerrido y carismático mambisito, machete en mano, de las
páginas a la pantalla en Una aventura de Elpidio Valdés (1974),
título que significa el inicio de su trabajo en el ICAIC y de una prolífica
serie de cortos animados. Alterna las peripecias de Elpidio Valdés, devenido el
personaje por antonomasia del cine cubano de animación, con otros cortos de no
menor significación como N’Vula (1981) y ¡Viva Papi! (1982).
Sus intercambios con los niños incidieron en la complejidad de los guiones y la
elevación del nivel de los chistes.
Cinco años
más tarde concibe su primer largometraje: Elpidio Valdés, pionero
en su categoría realizado en Cuba, objeto de una cálida recepción de crítica y
público por su muy bien estructurado guión salpimentado con abundantes dosis de
chispeante humor criollo y un ritmo dinámico. Al año siguiente surge la
hilarante serie de dibujos animados para adultos Filminutos,
iniciada por Padrón pero que pronto incorpora a los más importantes
realizadores: Mario Rivas, Tulio Raggi, Mario García Montes… e intenta nuclear
a importantes humoristas.
A partir
de 1985 le siguió la no menos exitosa Quinoscopios, cuando el caricaturista
argentino Joaquín Lavado (Quino) descubrió sorprendido en Padrón y su equipo a
las personas idóneas para captar la línea y la psicología de sus personajes y
situaciones y, al mismo tiempo, enriquecerlos en la animación, en un vínculo
mutuamente fructífero. Esta colaboración inicial propiciaría el filme Mafalda (1994),
que compiló en su argumento ciento cuatro chistes animados con los afamados
caracteres creados por Quino.
Una década
antes y entre ambas series muy difundidas en todo el mundo, Padrón realizó doce
mil dibujos paraElpidio Valdés contra dólar y cañón (1983), su
segundo largometraje. En los diez mil de ¡Vampiros en La Habana!depuró
el diseño de bocas, caras, manos, pies...
Una de las
virtudes de Padroncito es la versatilidad para abordar cualquier tema con
distintas gradaciones del humor y un estilo y ritmo inconfundibles, fiel a su
principio de que “hacer una historieta es hacer cine y viceversa”.
Su afán
por el rigor histórico le condujo a reunir tantos datos en sus investigaciones que
el resultado se convirtió en El libro del mambí (1976), y le
permitió, además, ser nombrado asesor para cuestiones bélicas del filme Baraguá(1986),
de José Massip.
Una
síntesis de la serie televisiva en seis capítulos Más se perdió en Cuba (1995)
originó el tercer largometraje sobre el veterano Elpidio Valdés: Contra
el águila y el león, en el cual se advierten síntomas de agotamiento y un
humor menos efectivo al dejar de ser los españoles -ahora coproductores- el
blanco de sus bromas.
Simultáneamente
a la obra de un creador de la talla de Juan Padrón, otros realizadores formados
sobre la marcha contribuyen a elevar el nivel cualitativo y la repercusión
internacional del cine cubano de animación.
La
pluralidad temática, la riqueza del diseño, las exploraciones de las
posibilidades expresivas de la cámara, el uso de la música, las búsquedas en
las técnicas de animación, nutridas con las nuevas tecnologías, son rasgos
señalados a una producción plena de aliento creativo que ha aportado obras
notorias al cine de animación contemporáneo.
La
especial atención prestada por el ICAIC a esta vertiente alcanzaría mayores
resultados con la creación de los Estudios de Animación, pero, al decir de
Kipling, esa ya es otra historia…
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