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martedì 5 agosto 2014

I fratelli del cinema di animazione cubano

Fonte:Cuba Contemporanea
Juan Padrón y el cine cubano de animación



Por Luciano Castillo
4 Agosto, 2014 - 06:12
Quiso el azar que a dos hermanos matanceros correspondiera registrar en la historia del cine cubano sendos largometrajes de animación: Juan Padrón realizó Elpidio Valdés (1979), el primero en su categoría producido en la Isla, y Ernesto Padrón logró finalmenteMeñique (2014), el primero en 3D, que esperamos marque un antes y un después en el devenir del cine criollo de animación. Realicemos un flashback en torno al primero de ellos y su inserción en la cinematografía nacional.
Salvo muy esporádicas expresiones -en particular la creación de un efímero estudio en Santiago de Cuba hacia 1946-, en el período pre-revolucionario el cine de animación era una rara avis en la escuálida producción cinematográfica de la Isla.
Con el surgimiento de la televisión, los dibujos animados son reactivados como elementos indispensables para la propaganda comercial. Un año después de su constitución, en 1960, el ICAIC crea el Departamento de Animación, que reúne a un grupo de entusiastas: el caricaturista Jesús de Armas (1934-2002), Manuel Lamar (Lillo), el diseñador valenciano Eduardo Muñoz Bachs (1937-2001), José Reyes y Hernán Henríquez.
Los dos primeros cortos producidos de inmediato: El maná y La prensa seria, reflejan satíricamente el torbellino de transformaciones que se operaba alrededor. En esta primera etapa con predominio de la parodia prevalece el diseño geométrico, los trazos bruscos y una gran libertad expresiva en el uso del color, según señala el estudioso Roberto Cobas. Se advierte, además, la influencia de los dibujos animados de la televisión norteamericana.
La cosa (1963), realizado por el australiano Harry Reade, residente en Cuba en esta etapa, es el primer título en obtener un reconocimiento internacional al ser escogido como Filme Notable del Año en Londres.
Al año siguiente comienzan a influir en el cine cubano de animación algunas tendencias del arte contemporáneo aplicadas al abordaje de conflictos intimistas, al mismo tiempo que la impronta del cine de animación europeo que llega a Cuba, sobre todo procedente del campo socialista, en especial de Hungría, Polonia y Checoslovaquia.
Ese proceso de intelectualización, recurrencia al simbolismo y excesiva valoración del diseño es reflejado en obras de gran valor estético pero de limitada comunicación popular, sobre todo Un sueño en el parque (1965), del escritor Luis Rogelio Nogueras, y El poeta y la muñeca (1967), concebida por Tulio Raggi (1938-2013), uno de los más prolíficos creadores, quien ese mismo año emprende una línea de trabajo destinada al auditorio infantil.
Paralelamente a esta labor in crescendo, desde 1963 aparecían en una revista de la juventud cubana las caricaturas del joven Juan Padrón (nacido en 1947), poseedor de una innata destreza para el dibujo y un arraigadísimo sentido del humor. Nunca cursó estudios de pintura, aunque se graduó como Licenciado en Historia del Arte en la Universidad de La Habana, pero la aceptación del trabajo firmado por Padroncito le posibilitó extenderlo a cuatro publicaciones de historietas y creó sus primeros personajes: el samurai Kashibashi y el extraterrestre Barzum.
En el suplemento humorístico “El sable” del diario Juventud Rebelde descubre la vertiente preferida de su imaginación: el humor negro, que comunica a sus numerosos chistes protagonizados por verdugos y vampiros. No sospechaba entonces que harían de las suyas en las calles habaneras de los años 30 en un delirante largometraje: ¡Vampiros en La Habana! (1985), toda una película de culto.
Pero mucho antes, en 1970, con su dominio de la línea y de los detallados fondos, surge de sus manos en el semanario infantil Pionero un personaje emblemático que conquistaría a todos: Elpidio Valdés, ingenioso mambí en lucha contra el colonialismo español.
Padrón se entrenó como camarógrafo de mesa de animación antes de que sobre su caballo Palmiche saltara su aguerrido y carismático mambisito, machete en mano, de las páginas a la pantalla en Una aventura de Elpidio Valdés (1974), título que significa el inicio de su trabajo en el ICAIC y de una prolífica serie de cortos animados. Alterna las peripecias de Elpidio Valdés, devenido el personaje por antonomasia del cine cubano de animación, con otros cortos de no menor significación como N’Vula (1981) y ¡Viva Papi! (1982). Sus intercambios con los niños incidieron en la complejidad de los guiones y la elevación del nivel de los chistes.
Cinco años más tarde concibe su primer largometraje: Elpidio Valdés, pionero en su categoría realizado en Cuba, objeto de una cálida recepción de crítica y público por su muy bien estructurado guión salpimentado con abundantes dosis de chispeante humor criollo y un ritmo dinámico. Al año siguiente surge la hilarante serie de dibujos animados para adultos Filminutos, iniciada por Padrón pero que pronto incorpora a los más importantes realizadores: Mario Rivas, Tulio Raggi, Mario García Montes… e intenta nuclear a importantes humoristas.
A partir de 1985 le siguió la no menos exitosa Quinoscopios, cuando el caricaturista argentino Joaquín Lavado (Quino) descubrió sorprendido en Padrón y su equipo a las personas idóneas para captar la línea y la psicología de sus personajes y situaciones y, al mismo tiempo, enriquecerlos en la animación, en un vínculo mutuamente fructífero. Esta colaboración inicial propiciaría el filme Mafalda (1994), que compiló en su argumento ciento cuatro chistes animados con los afamados caracteres creados por Quino.
Una década antes y entre ambas series muy difundidas en todo el mundo, Padrón realizó doce mil dibujos paraElpidio Valdés contra dólar y cañón (1983), su segundo largometraje. En los diez mil de ¡Vampiros en La Habana!depuró el diseño de bocas, caras, manos, pies...
Una de las virtudes de Padroncito es la versatilidad para abordar cualquier tema con distintas gradaciones del humor y un estilo y ritmo inconfundibles, fiel a su principio de que “hacer una historieta es hacer cine y viceversa”.
Su afán por el rigor histórico le condujo a reunir tantos datos en sus investigaciones que el resultado se convirtió en El libro del mambí (1976), y le permitió, además, ser nombrado asesor para cuestiones bélicas del filme Baraguá(1986), de José Massip.
Una síntesis de la serie televisiva en seis capítulos Más se perdió en Cuba (1995) originó el tercer largometraje sobre el veterano Elpidio Valdés: Contra el águila y el león, en el cual se advierten síntomas de agotamiento y un humor menos efectivo al dejar de ser los españoles -ahora coproductores- el blanco de sus bromas.
Simultáneamente a la obra de un creador de la talla de Juan Padrón, otros realizadores formados sobre la marcha contribuyen a elevar el nivel cualitativo y la repercusión internacional del cine cubano de animación.
La pluralidad temática, la riqueza del diseño, las exploraciones de las posibilidades expresivas de la cámara, el uso de la música, las búsquedas en las técnicas de animación, nutridas con las nuevas tecnologías, son rasgos señalados a una producción plena de aliento creativo que ha aportado obras notorias al cine de animación contemporáneo.
La especial atención prestada por el ICAIC a esta vertiente alcanzaría mayores resultados con la creación de los Estudios de Animación, pero, al decir de Kipling, esa ya es otra historia…


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